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El adiós de Skylar

24 de abril de 2025 por
El adiós de Skylar
Carlos Gordon

Skylar’s Adiós


Conocí a Skylar (alias Sky) en una tarde cálida en Nairobi. De esos días en los que el sol acaricia el suelo y todo se siente lleno de vida. Era el más pequeño de la camada: todo pelusa dorada, patas enormes y ojos que me miraban directamente al corazón. Cuando me agaché, se tambaleó hacia mí como si ya supiera que yo era su persona. Desde ese momento, lo fui.



Creció rápido, como suelen hacerlo los cachorros de golden retriever: lleno de energía desbordante y cariño descuidado. Mis mañanas empezaban con su nariz fría rozándome la mano y terminaban con su cabeza apoyada en mis pies mientras leía las Sagradas Escrituras o veía la televisión. Se convirtió en mi compañero, mi sombra, mi alegría después de largos días dedicados a la obra de Dios.




Construimos una vida juntos en Kenia. Ya sea que estuviera trabajando en mi escritorio o entreteniendo a los invitados, Skylar estaba presente, en el fondo de todo: persiguiendo mariposas en el complejo, jugando con los niños del vecindario, robándome sandalias, zapatos o calcetines, saludando a los invitados con el meneito de la cola y la dulzura que solo un golden retriever podría tener.


Cuando recibí el llamado para continuar mi servicio misionero en Sudáfrica, me sentí humilde y agradecido. Pero me desanimé al darme cuenta de que quizá no podría llevarme a Sky conmigo. Lo intenté. Dios sabe que lo intenté. El papeleo, las autorizaciones veterinarias, las regulaciones, la logística... resultaron ser más costosos y lentos de lo que jamás imaginé. Empecé a comprender: había recibido el don de Skylar, pero tal vez solo por una temporada.










La idea de dejarlo ir me parecía imposible. Pero amar a veces implica tomar la decisión más difícil. Recé mucho. No solo por la paz en mi decisión, sino por una familia que viera a Skylar como yo lo veía: no solo como un perro, sino como un alma con amor para dar.



Finalmente los encontré. Una pareja amable con un hogar tranquilo. Ya conocían a Sky y lo cuidaban con cariño cuando yo viajaba por el ministerio. Al verlos, corrió directo hacia ellos, meneando la cola, como si hubiera comprendido antes que yo que estaban hechos el uno para el otro. Lo vi jugar en el césped. Parecía feliz. Parecía estar en casa.

 


El día que le entregué la correa fue muy emotivo. Le rasqué la cabeza y le susurré: «Gracias por todo». Me lamió la mano una vez y le recordé que era un perro cristiano y que debía portarse bien en todo momento. Luego se giró para seguir a su nueva familia. No miró atrás. Y, de alguna manera, eso me dio paz.

Ahora en Sudáfrica, lo llevo en el recuerdo. Cuando las noches se aquietan y me siento lejos de todo lo familiar, pienso en Skylar: corriendo por un patio soleado, con la cola al viento, libre y amado. Sé que sigue trayendo alegría, sigue esparciendo luz con su serenidad.


Nunca fue solo un perro. Era gracia con pelaje dorado. Y por un tiempo, fue mío.





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El adiós de Skylar
Carlos Gordon 24 de abril de 2025
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